lunes, 6 de septiembre de 2010

La risa abunda en la boca de...


Pasé mal fin de semana. El viernes lo coroné con un comentario de alguien muy cercano que me dijo que no era bien visto que me estuviera riendo a carcajadas todo el día y que hay personas a las que les molesta, que "hay que saber ubicarse" y que estoy quedando como la loquita del grupo, la tontita que se rie por todo. "La risa abunda en la boca de los tontos" reza el dicho.




Hubiera preferido que me dijeran que soy mala persona o que hago mal mi trabajo. El comentario que en forma es bien intencionado y hasta inocente (un consejo, una advertencia para hacer más fácil mi vida) me viene como estocada al corazón, pues pedirme que me vuelva un chileno más, callado, políticamente correcto, regido por el miedo, vestido de gris, café o negro, con auto plateado o blanco para que sea más fácil la reventa... de plano.. no me queda.




Lo terrible es que he escuchado el mismo reclamo toda la vida: la gente diferente molesta, tarde o temprano, si no es porque hay que hacerse cargo del mal humor y de la intolerancia de los demás.




Andar con cara de culo todo el día es más aceptado: hasta puede ser sinónimo de que en esa cabeza hay ideas "grandes e importantes". "Puta el huevón importante, está pensando cosas serias". A más respetable el personaje, más cara de culo. Y si no es así, es comentado y cada vez que el personaje se sonríe o tiene un gesto amable, se le celebra. Probablemente es jefe, empresario, en fin, nada en plata y/o todos o almenos mucha gente, le tengan entre susto y respeto según cuán fruncido esté su ceño. Eso implica otra cosa: para sobrevivir hay que aprender "la habilidad blanda" de camalonear rápidamente el estado de ánimo propio en función del ajeno: andarle viendo la cara al tipo del cual el pellejo de uno depende. Sobrevivir un día. Mientras más éxito, menos risa. Inversamente proporcional.




Me acordé del ministro Goldborne con su carcajada en plena sesión y el revuelo que causó la interpretación de su risa. El mismo ministro políticamente incorrecto al que nadie le entendió su gesto por un email gracioso en un momento inoportuno, que ahora se convirtió en héroe por insistir hasta el hartazgo en buscar a 33 mineros que ya todo el mundo habría dado por perdidos.




Nuevamente me doy cuenta que la base de mi "problema" tal vez sea mi origen. Tengo mi herencia italiana: mi papá que aprovechaba los apagones para salir a bailar a la calle en calzoncillos y lamento (o no lamento) decir que no siempre iba solo (!), mi mesa familiar donde más de alguna vez mis compañeros de estudio y amigos se quedaron mirando porque hacíamos bromas donde el objeto de risa era algún pariente difunto y la situación era con este difunto metido en su última tenida (el cajón). Si la película "La Famiglia" resume de manera perfecta como era todo en mi casa: no había discusión que no terminara con alguien rompiendo algo para dar por terminada la pelea, después que nos abrazáramos todos diciendo lo mucho que nos queremos. Todos locos. En Italia probablemente sea uno de los pocos países donde a su Presidente de La República lo miren como ídolo en el diario por hacerse una buena partuza con chicas de 15 y salir hasta más alto en los sondeos públicos de aceptación, cuando en otro país lo lincharían vivo.




O qué decir de mi colegio, escogido con pinzas por mis padres, y en mis tiempos selectivo, había que ser de la colonia para poder entrar, donde se estimulaba a propósito la creatividad y se exigía que uno hiciera su mejor esfuerzo por "encontrarse uno mismo", descubrir sus talentos y encontrar la razón de ser diferente de todo el resto, donde siempre habían estudiantes extranjeros de intercambio y donde NUNCA nunca se discriminó a alguien por el simple hecho de ser diferente, al contrario, era premiada la tolerancia a la diversidad.




Un país tiene que pasar por una vivencia tan marcadora como una guerra para entender que hay que vivir intensamente, que siempre puede pasar alguna tragedia que te arrebate a tus seres queridos y que cualquier día puedes prescindir de lo mínimo necesario a lo que estás acostumbrado, y que hay que aprender a disfrutar de su compañía y de todo lo que te dé la vida mientras dure. Chile es un pequeño país acostumbrado a las calamidades y aún no aprendemos esta lección. Seguimos viendo todo a través del prisma negro. Es cosa de subirse a un vagón del metro y ver las caras de las personas que van viajando, con la vista perdida en los vidrios, la expresión de cansancio, tedio, desmotivación. Vestidos sin ganas, café, gris, negro. En los ascensores , si le dices a un extraño que le queda lindo algo de su vestuario, la primera reacción tal vez sea de defensa antes de darse cuenta que es un halago, y pueda que responda, o talvez te mire de arriba a abajo y finja que no escuchó. Por algo somos líderes mundiales en tasa de patologías siquiátricas.




Es que si somos todos iguales cuál es la gracia: qué hay que aprender, qué hay que enseñar, qué posibilidad de evolucionar hay. Si uno está en el mundo para esas tres cosas, entonces siendo todos iguales, por lógica, la vida pierde todo sentido. Entonces vamos buscando el camino al Mapocho (para tirarse...).




De mi abuelo paterno la verdad es que tengo harto que decir: fue el más pequeño de sus hermanos, su papá murió cuando tenía 5 años, sus hermanos podían casi haber sido sus papás, por lo que creció con una mamá muy mayor y muy consentidora con este conchito díscolo. Su madre más tarde murió y quedó al cuidado de sus hermanos mayores, que actuaron de tutores y albaceas hasta que tuviera edad para acceder a su parte de la importante fortuna que dejaron mis bisabuelos, dueños de la primera industria de cervezas y bebidas gaseosas de Chile entre otras empresas.




Y ahí estuvo: cumplió la mayoría de edad y para cumplir con los requisitos del testamento, tuvo que obtener primero un grado académico y quién sabe porqué, eligió odontología. Fue compañero de Salvador Allende y lo vio de primera fuente desinfectándose las manos después de haber saludado a un "camarada" diciendo "me estoy sacando el olor a roto" en la confianza de su círculo privado. Con su título y su dinero en mano, sin mucho apego a sus hermanos, partió a Francia por casi 20 años donde consumió su fortuna, probablemente de manera bien irresponsable y divertida. Volvió a Chile y a pesar de su profesión , se dedicó a otras cosas de más interés para él: a socializar, y luego cuando empezó la Guerra Mundial, a matutear, yendo a Estados Unidos a comprar cosas que en Chile no habían y trayéndolas en grandes baúles para las señoras pirulas de la época: panties, televisores a color, secadores de pelo y un cuantuay de exóticos artículos. La fortuna nuevamente tocó a su puerta y partió esta vez a Nueva York, donde estuvo el tiempo suficiente para obtener la residencia y un puñado de amigos. En sus tiempos libres se dedicó a aprender mecánica y eléctrica de manera autodidacta e incursionaba como hobbie armando extraños artefactos y particulares inventos que varias veces le costaron reclamos de sus vecinos y accidentes domésticos. Loco por donde se lo mire. Y era chinchoso y se reía todo el tiempo.




A mi papá también le dijeron toda la vida que era "loco". Debo decir que me parezco mucho en temperamento a él, y a mi abuelo, que todo pirulo él caminando por donde ahora están los Juzgados con su ilustre amigo Tomás Ramos, fue a parar detenido por Carabineros por sacarle la mugre a un burrero en Valparaíso, pues no pudo tolerar ver a alguien golpeando a un animal.




Y como el carácter es heredable, aquí tenemos la secuencia de bisabuelo, abuelo, papá, hija y nieto cortaditos por la misma tijera: no importa la edad, el perfil sicológico sale igual. Nos cuesta controlar las emociones, vamos de la risa a carcajadas al llanto a sollozos sin ningún pudor.




No me gusta la discriminación, pero pensándolo bien, ya estoy frita en tantos aspectos: soy mujer en país tercermundista, estoy en edad fértil, tengo el ADN bien fallado y eso me lo recuerda mi isapre año tras año cuando me sube la prima; estudié carrera de hombres, no soy rica (de riqueza, de ricura no sé, habría que preguntar... (!) y tampoco soy pobre. No soy extrema derecha ni extrema izquierda. No soy ni 100% italiana ni 100% chilena. No estoy en ningún club social ni gimnasio, ni conozco a gente influyente. Ando en un auto todo chocado que más encima me gusta , me gustan los gatos cuando todo el mundo los odia. No sé bailar ningún ritmo y hablo demasiado o demasiado poco según la ocasión. Soy perna. O sea, todo mal.




Y no puedo dejar de reírme o sucumbir a la discriminación por ser diferente, porque siento que no sería feliz viviendo así y de paso renegar del valor de "ser diferente",que tanto cuesta, de mi herencia familiar.




Como en la película Transpotting (si no la han visto véanla, es demasiado buena y te hace pensar, aunque admito que cuando la vi en el cine hubo mucha gente que no tuvo estómago para verla y se paró en medio de la película para irse), elijo: elijo vestirme de colores, elijo decir NO cuando corresponde, elijo tomar la opción de no vivir en función del miedo de lo que dirán, pensarán o harán sobre mi; elijo hacerme cargo de las consecuencias de lo que haga; elijo reirme cuando algo me haga gracia aunque a otros les moleste o no entiendan y llorar cuando tenga pena. Elijo escoger a mis amigos y perdonarlos cuando ya no lo sean. Elijo pedir perdón cuando me de cuenta de haber cometido un error y también elijo no andar por la vida dañando a las personas.




Porque la vida es demasiado corta y hay tantas cosas tan graves y tremendas por las cuales llorar que no quiero desperdiciar un segundo: de alegrarme por cosas lindas, de buscar el lado bueno de las cosas; porque prefiero reírme de mí misma que llorar por todo lo que me falta, o hago mal o no entiendo o no sé. Mientras más viejo se pone uno más imperfecto se descubre, y eso podría ser una razón del más amargo de los llantos. Porque reírse es el único gesto que sólo los humanos podemos hacer y que nos hace profundamente... humanos. Porque se ríe cuando hay confianza y cariño, porque es honesto y desinteresado.




Porque la risa abunda en la boca de... la gente feliz.