jueves, 24 de junio de 2010

Y todo partió con el terremoto


Supongo que todo partió ese día.

El terremoto me pilló de pie, a las 4 de la mañana, dando leche con una jeringa a unos gatitos recién nacidos en el closet de mi dormitorio.

Vivo en una parcela en una de las comunas más pobres de Santiago, metrópolis de 4 millones de habitantes de todas partes de Chile y del mundo, el "Nueva York" de Sudamérica.

Después de un incendio químico en una industria a minutos de mi casa y de unas impresionantes flamas de 45 metros de alto, decidimos evacuar la casa con mi marido, mi hijo de dos años y nuestros 15 gatos.

Me acuerdo que después del susto no pudimos volver a pegar el ojo y al claro de la luna llena que había esa madrugada, con mi marido y mi hijo nos quedamos abrazados por horas esperando esas interminables horas hasta que amaneciera, mirando esas llamaradas gigantescas por horas sin que nadie las atendiera.

Felizmente no nos pasó nada y volvimos con seguridad a nuestro hogar, porque básicamente no había dónde arrancar, y por cuatro días vivimos lo que anecdóticamente siempre ejemplifico diciendo que viví en "El Congo": sin agua, sin luz eléctrica, sin celular, sin familia cerca, con caminos cortados y con el susto de que llegara la noche.

Ese día me di cuenta lo vulnerables que somos como personas individuales: si se va la tecnología, así de repente, tu subsistencia pasa a depender de tu capacidad de adaptación a las circunstancias. Me hace gracia ahora pensar que hace cien años lo que acabo de describir no sería ninguna tragedia: cuando llega la hora del atardecer, la gente cena, se pone el pijama y se acabó el día y punto; o se sigue la rutina a la luz de una vela. Mucho ants de eso, el problema se solucionaba más fácil: si no hay supermercado, bicho que se mueva va a parar al asador.

Ahora si no hay luz eléctrica por una hora es una tragedia.

Mi doctora me planteó el tema de un grupo de estudios bíblicos que está seguro que el mundo cambiará de plano en el 2012: la idea es que por la alineación planetaria de la cual han hablado hasta el cansancio, haya un cambio magnético en la Tierra que sea tan brutal, que básicamente todo aparato enchufable deje de funcionar.

Cuando me contó su teoría, yo me distraje buceando en mi cartera un papel para no mirarla con la cara que ameritaba, que si acaso se le había zafado un tornillo.

Meses después, quizás porqué, desperté un día convencida que tenía toda la razón y en los días siguientes, no paré de decirle a quien se me pusiera por delante, que "el mundo se iba a acabar en el 2012". Podría hacer un listado de las caras con las que me miraron los que escucharon semejante discursito, al menos al darse cuenta que lo decía en serio y que no era uno más de mis disparates.

De repente, se me pasó por la cabeza que tal vez era cierto: como buen ingeniero civil que soy, la idea de masas gravitantes que atraen partículas electrónicas tenía sentido para mi y me dio pánico escénico que todo lo que mi doctora me mencionó fuera cierto. ¿Qué pasaría si realmente un día despertáramos y no hubiera luz, pero ... para siempre ?

Sería como el terremoto? Pero para siempre? Colas de automóviles intentando cargar gasolina, que no se podría vender pues no funcionaban los expendedores. Sin dinero ahorrado, pues no habría "sistema" para corroborar tu cuenta bancaria, porque es un hecho que ya hace mucho nadie guarda su patrimonio debajo de un colchón; que si alguien tiene dinero, ante este escenario de poco sirve.

Y al tiempo, cuando en los supermercados ya no hay nada, quien no sepa subsistir más allá de abrir algún paquete y hervirlo o meterlo al microondas, entonces... cómo sigue la vida? sin dinero, sin celular, sin comida procesada, sin ropa, sin ... nada?

Sin ir tan lejos... qué pasa el primer día, el segundo día, el tercer día? Esa confusión de no saber qué pasa y no saber qué hacer... ir a trabajar? Para qué? Cómo? Repentinamente todo deja de tener sentido y sólo se me viene a la cabeza una palabra para describir todo lo que sigue: caos.

Entonces hasta al más fanfarrón no le quedaría otra que adaptarse, dejar de quejarse por todo y más bien, ir pensando en qué talento tiene o puede desarrollar para volver a lo que hacíamos hace 2,000 años o más: subsistir. Y a los que queden, a desarrollar sus habilidades internas para asociarse, para cautivar, para adaptarse y convivir. El esquema del logro por el éxito, la fama y el porvenir adquisitivo ya no sirven de nada.

Porque una adversidad como la que pasamos los chilenos en febrero fue lo primero que hizo aflorar aparte del miedo: la necesidad de agruparse y de desarrollar instantánea empatía para subsistir. Pues claro está que a alguien que sólo sea capaz de pensar en su interés, claramente no logrará que nadie trabaje para él sin recibir nada a cambio. Los animales nos dan los mejores ejemplos de esto, como los leones o las hienas que cazan juntos y comparten lo que cazan, o hasta las avestruces que se turnan para cuidar los huevos de todos.

Nosotros en la evolución no sólo perdimos nuestros tan necesarios instintos ancestrales, como evacuar después de comer, percibir los cambios del medio, dormir cuando y cuánto hay que dormir y tomar agua cuando tenemos sed: además nos olvidamos por genética que tenemos que compartir. Nos volvimos en máquinas de poner cara de poker ante cualquier circunstancia.

Desde que tengo memoria, producto de mi herencia genovesa, el tema de la muerte y para qué sirve uno en la vida ha sido EL tema. Las familias genovesas tienen por costumbre fotografiar a sus muertos en el cajón durante el velorio y hasta minutos antes de ser sepultado y es costumbre también no llorarlos cuando ya no están, sino por el contrario, mantenerlos vivos en el recuerdo; es así como crecí en una familia muy antigua donde se hablaba de tíos fallecidos hace cien años como quien habla de alguien a quien vio hace apenas un par de días. A hablar de la muerte sin morbo, sin pena, sino como un paso natural a algo que viene para todos tarde o temprano que tiene que pillarte listo, sin temas pendientes.

No sé si pase algo para el 2012. Talvez no. Pero talvez sí pase algo y si es así , o me llega la hora antes, quiero estar preparada.

Si siempre he intentado ser mejor persona para mi, para mi familia y para quienes me rodean, sin miedo a ser diferente y pensar que sí puedo hacer una diferencia positiva en la vida de otra persona, con mayor razón ahora quiero hacerlo. Porque si me muero pronto, quiero que haya mucha gente para despedirme y que le digan a mi hijo que dejé la vara alta, para inspirarlo a él a ser mejor que yo, y que no haya nadie que pueda apuntarme para decirme que le hice algo malo, de adrede al menos. Honrar los esfuerzos que han hecho por mi mis padres. Y los de ellos.

Ya que vivo en el campo, no está de más una chacrita para enfrentar el fin del mundo. Por si acaso. Ya tengo una mata de tomates, estoy lista para el Apocalipsis. (como las 3 sandías de los pájaros dodos de La Era del Hielo).

En todo esto pienso de vez en cuando, por ejemplo, vengo manejando por la carretera por la pista lenta desde mi casa a la velocidad que corresponde y un tipo me sobrepasa a más velocidad haciendo gestos con las manos como que soy idiota, cuando hay más pistas disponibles. Podría adelantar por ahí sin hacer tanto sobresalto y evitarse las gratuitas agresiones. Entonces pienso que a ese mismo idiota en un par de años podría no quedarle otra que adaptarse, o extinguirse, como los dinosaurios.-